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352 Pachinas

530 g de peso

Formato de 17 x 24 cm cm

Año d'edizión: 2012

Coleczión: Ainas

ISBN: 978-84-8094-064-1

Contiene mapa de Huesca con las divisiones filológicas (1902) de Benito Coll y Altabás

LAS LENGUAS DE ARAGÓN EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO VEINTE. VOL. 1. Inéditos, rarezas y caras B

Autor: José Luis Aliaga Jiménez

PVP:22,00 EUR

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Sinopsis

Este primer volumen sobre LAS LENGUAS DE ARAGÓN EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO VEINTE se circunscribe cronológicamente al periodo comprendido entre 1901 y 1917. En ese lapso temporal se gestaron los textos publicados aquí (en su mayoría, inéditos hasta la fecha; de singular rareza, algunos; y otros, complementarios de ediciones anteriores).

Al analizarlos se ha colocado el foco de atención en su condición de valiosas piezas integrantes del continuo historiográfico sobre las lenguas de Aragón. Así, el estudio que precede al conjunto documental pretende poner de relieve que la historiografía lingüística aragonesa puede entenderse como un relato –fragmentario y en proceso de (de)construcción– cuyos constituyentes más o menos remotos, como los incorporados en los primeros años del siglo pasado, todavía se dejan oír nítidamente en el momento presente.


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  • 09-05-2012 Texto de la presentación del Dr. Javier Giralt Latorre, Director del Departamento de Lingüística General e Hispánica de la Universidad de Zaragoza


    Las lenguas de Aragón en el primer tercio del siglo veinte. Vol. 1. Inéditos, rarezas y caras B, de José Luis Aliaga Jiménez, contiene un estudio que se inicia con el planteamiento de algunas preguntas clave, que encuentran su respuesta en los textos editados. Gracias a ellos se comprenden mejor los motivos por los que los principios y planteamientos sociolingüísticos manejados públicamente en Aragón a principios del siglo XX distaron tanto de los que emergieron en Cataluña, País Vasco, Galicia e incluso Asturias. En estos materiales se vislumbran las razones que justifican el “desconocimiento” de las hablas altoaragonesas como tales por parte de las elites aragonesas que controlaban el escenario cultural y político regional del momento; también nos aportan datos para entender que el catalán de Aragón, ya entonces, era una realidad incómoda; y, finalmente, nos explican por qué el castellano de Aragón se convirtió en un elemento a partir del cual se forjó la identidad regional aragonesa, la cual desembocó en un baturrismo que se convirtió, inevitablemente, en elemento caracterizador de los aragoneses.
                    Son cuatro los tipos de textos que se presentan en estas páginas. Los del primer apartado, se centran en el debate que se originó en torno al panorama lingüístico de Aragón, motivado por el post scriptum que Gregorio García-Arista incluyó en sus Cantas Baturras. Se convierte en una delicia la lectura de los artículos que lo reseñaron, porque en ellos quedó plasmada cierta polémica en torno al concepto de “lengua aragonesa” y a la “innovadora” propuesta de creación de una academia del aragonés por parte Alfredo Llatsé.
                    El segundo apartado está integrado por testimonios sobre las lenguas de Aragón a partir de colecciones de “voces aragonesas” que fueron presentadas a los juegos florales de Zaragoza convocados entre 1901 y 1904. Cabe destacar la “Colección de refranes, modismos y frases usados en el Alto Aragón” (1902) de Benito Coll y Altabás, figura indiscutiblemente destacada en el campo de los estudios sobre la realidad lingüística aragonesa, según pone de manifiesto el Dr. Aliaga, porque utiliza en sus reflexiones un criterio filológico del que adolecen todos sus colegas aragoneses de la época, y que sigue la estela de figuras como Costa, Saroïhandy o Mons. Alcover. 
                    El tercer apartado lo forman documentos del Estudio de Filología de Aragón, correspondientes a los años 1915-1917, la mayoría repertorios léxicos, entre los que tal vez merezca la pena resaltar el de Valjunquera (Teruel) de Gregorio Burgués Foz, por tratarse de una localidad catalanohablante. Puede resultar llamativo que, para esta recopilación del léxico aragonés, se acepten también listados procedentes de municipios de habla catalana; sin embargo, es una circunstancia que explica suficientemente el  Dr. Aliaga y que tiene su fundamento en la pretendida unidad lingüística de la región.
                    En el último apartado se incluye un fragmento de la introducción a la “Colección de voces del dialecto alto-aragonés” presentada a los Juegos Florales de Zaragoza de 1902 por Benito Coll. La inclusión de este texto viene motivada por el hecho de ofrecer como anexo una pequeña joya: el mapa original en el que Benito Coll cartografió la división lingüística de la provincia de Huesca, cuya explicación detallada aparece en dicha introducción. Como se señala en el libro, seguramente pueda ser considerada como la primera muestra, propiamente dicha, de cartografía lingüística de Aragón y, muy probablemente, de la Península Ibérica.
                    Ahondemos ahora en el contenido del estudio del profesor Aliaga, situándonos en el contexto sociológico del primer tercio del siglo XX. Toda la documentación editada en este libro, en su conjunto, presenta una cultura lingüística subyacente compartida, que permite entrever las razones por las que las lenguas minoritarias de Aragón corrieron una suerte distinta de la que tuvieron las habladas en regiones vecinas. Los regionalismos de esas áreas fomentaron el resurgimiento y la recuperación en todos los ámbitos de las lenguas minoritarias propias, pero no fue así en Aragón, donde el esfuerzo se centró en el castellano de la región.
                    El regionalismo aragonés institucionalizó el aragonesismo lingüístico con la creación del Estudio de Filología de Aragón en 1915, dirigido por Juan Moneva y Puyol, quien proclamó la unidad de la lengua de Aragón y superpuso esa idea a la verificación empírica de los fenómenos lingüísticos. Si bien es cierto de la intelectualidad aragonesa desconocía profundamente la diversidad lingüística de Aragón, a Moneva no le era ajena; sin embargo esa realidad no se ajustaba al programa político con el que se identificaba, que tenía en el horizonte un Aragón unido, cohesionado y con un centro de poder competente en toda la región, y ello exigía también naturalizar la unidad lingüística. En respuesta a una carta de Ángel Zurita, colaborador del EFA de Benabarre, en la que este expone la particularidad diatópica de Benabarre y afirma, además, que allí no se habla castellano, Moneva escribe lo siguiente: “tingas present que tot ho que’s parla a Aragó és aragonés”. Y eso que la carta de Moneva está escrita en un correctísimo catalán literario de principios del siglo XX.
                    Tras perfilar con sumo detalle el contexto sociopolítico en el que se gestaron los textos editados en este trabajo, el Dr. Aliaga pasa a examinar de modo particular la postura de la elite socio-política y académica aragonesa frente a cada una de las lenguas minoritarias de la región, desgranando en cada caso los motivos que propiciaron tales posicionamientos.
                    Por lo que se refiere al catalán de Aragón, a comienzos del siglo XX la información sobre la realidad lingüística en la frontera catalano-aragonesa era escasa y fue desde Cataluña desde donde comenzó a difundirse el panorama lingüístico y cultural del Aragón catalanohablante, sobre todo gracias al excursionisme catalán. Pero, también es cierto que el acercamiento científico al catalán de la región, iniciado igualmente en estos momentos, se obvió por completo. Ni las aportaciones de Costa ni las posteriores de Saroïhandy, modificaron los planteamientos ya existentes sobre la realidad lingüística aragonesa. Tampoco, por supuesto, las contribuciones que en el Primer Congrés Internacional de la Llengua Catalana (1906) fueron dedicadas específicamente al catalán de Aragón (las de Saroïhandy, Navarro, Oliva, o incluso algunas notas en la de Menéndez Pidal). Ni siquiera la tesis doctoral de Mons. Antoni Griera de 1914, centrada en la descripción fonético-fonológica de las hablas de la frontera catalano-aragonesa (en la que se incluyen, junto a las catalanas, las aragonesas de Benasque, Castejón, Campo, Graus y Fonz, y las castellanas de Binéfar, Ballovar y Candasnos), ni la reseña que de esta obra publicó Menéndez Pidal en la Revista de Filología Española en 1916. Y mucho menos el trabajo de menor envergadura de Pere Barnils sobre el catalán de Fraga (1916).
                    De toda esta producción científica, según afirma el Dr. Aliaga, no se documenta eco alguno en la sociedad aragonesa de la época. Ello parece lógico en el ámbito universitario al no haber lingüistas que pudieran actuar como interlocutores de sus homólogos catalanes o extranjeros. También era lo esperable en el ámbito político, porque los aragonesistas adoptaron casi siempre una postura hostil hacia la lengua y la cultura catalanas. Este anticatalanismo bloqueaba, evidentemente, la posibilidad de imitar hasta sus últimas consecuencias el rasgo más sobresaliente del nacionalismo catalán: la defensa de la lengua propia frente al castellano. Y la sociedad aragonesa, por su parte, nunca se sintió concernida ni motivada por el resurgir de la lengua catalana en otros territorios.
                    No tuvo mejor suerte el romance aragonés, aunque, al no estar compartido con otras regiones, se hallaba en una posición inmejorable para ser incorporado al elenco de elementos a partir de los cuales debía fraguarse la identidad regional aragonesa. La realidad fue totalmente en su contra y, de hecho, las conclusiones del Dr. Aliaga en cuanto al grado de conciencia social alcanzado en torno al aragonés y la valoración que este mereció, resultan demoledoras:
                    1º. Se niega o se ignora, por parte de los intelectuales aragoneses, la existencia secular en Aragón de una entidad lingüística distinta del castellano.
                    2º. En el contexto regionalista-nacionalista de la época, la singularidad lingüística aragonesa se identifica, o bien con una simple modalidad dialectal del castellano, o bien con el castellano originario y particular de Aragón (de germen y evolución simultáneos con el de Castilla y merecedor, por tanto de la misma consideración). Puede añadirse una tercera acepción, la que concibió de modo particular Moneva: “toda variedad lingüística hablada en Aragón”.
                    3º. Los estudios lingüísticos que van apareciendo y van confirmando la existencia de una realidad independiente de la castellana o la catalana, no alteraron los postulados precedentes. Y fue nulo el interés, por parte de los intelectuales, de aprovechar ese caudal de información para conceder al aragonés el lugar que le correspondía. Sin duda, su reconocimiento como lengua autónoma hubiera supuesto un enorme peligro para la pretendida unidad lingüística de Aragón. Sirva como ejemplo de lo expuesto este fragmento del artículo de José Valenzuela Larrosa titulado “Variedad aragonesa de la lengua española” (1901): Parecerá inverosímil, por lo remoto, el peligro de que en nuestra región se forme una lengua que aspire a la autonomía, pero conviene advertir del riesgo porque no solo la religión y la política tienen sus fanáticos; hay también fanáticos de la ciencia y no son estos los más inofensivos. Tres o cuatro sabios pacientes, dispuestos a tomar a la bayoneta las alturas de la fama, se bastan y se sobran para obrar la maravilla de nuestra lengua independiente. Buscarán y encontrarán palabras desconocidas en las demás regiones, pondrán de relieve nuevas formas sintáxicas y prosódicas, investigarán orígenes por nadie soñados; y con tales elementos fácilmente se teje la urdimbre de una gramática modernista y hasta melenuda. Palabras incluso premonitoras de lo que, a partir de la llegada de la democracia a nuestro país, ha sucedido con el aragonés.
                    Lógicamente, las instituciones culturales de Aragón del primer tercio del siglo XX participaron de esta misma actitud, negando cualquier realidad lingüística en nuestra región distinta de la castellana, e hicieron suyos los objetivos político-lingüísticos del regionalismo, buscando una peculiaridad lingüística que no pusiera en duda la pertenencia de toda la región al ámbito del castellano. De ahí que lo diferencial de Aragón en lo lingüístico se focalizara en la coloración dialectal del castellano de la región: se buscó una denominación adecuada (con diversas variantes), se integraron todos los rasgos que sirvieran al propósito diferenciador, con independencia de su extensión geográfica o social, y se puso en práctica en dos géneros textuales bien definidos: el lexicográfico (con la convocatoria de premios a la recopilación léxica en los juegos florales) y el literario (con la publicación de novelas de costumbres y tipos aragoneses, obras de teatro del mismo tono y cantares). Como señala el Dr. Aliaga, en este ambiente se fragua la identidad peculiar de Aragón en su versión más extrema y artificiosa, y surge el “dialecto baturro”, que se convierte en la auténtica lengua distintiva de Aragón por su extenso uso literario y por su inserción en el imaginario popular hispánico, poniéndose al servicio de los ideales del regionalismo aragonés.
                    Ninguna repercusión tuvieron los escasos textos literarios redactados en alguna de las variedades del aragonés: los fragmentos contenidos en la Vida de Pedro Saputo de Braulio Foz, los poemarios de Bernabé Romeo y Cleto Torrodellas (Estadilla), de Dámaso Carrera (Graus) o de Leonardo Escalona (Bielsa), o las obras de teatro en cheso de Domingo Miral. Las ideas lingüísticas imperantes imposibilitaron que la lengua de estos textos se identificara como algo distinto del castellano: el aragonés no era otra cosa que castellano con algunos rasgos específicos, y las hablas norteñas de la región no son el verdadero aragonés por las fuertes influencias francesas y lemosinas que presentan. En este marco, pues, difícilmente podía esperarse ni siquiera una mínima consideración hacia las hablas altoaragonesas, y mucho menos hacia las catalanas.
    Debemos felicitar al Dr. Aliaga por este trabajo, puesto que, como puede intuirse, supone una aportación importantísima para entender mejor el devenir de las lenguas minoritarias de Aragón dentro de la propia región desde principios del siglo XX; y es fundamental para comprender una situación que ha perdurado hasta nuestros días, a la que todavía deben enfrentarse las lenguas minoritarias de Aragón. Hace algunos meses, el Dr. Aliaga impartió una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras cuyo título comenzaba con el de una conocida canción: “La vida sigue igual”. Y así lo podemos deducir de la lectura de este libro, porque nuestras autoridades políticas, e incluso alguna de las académicas, siguen haciendo oídos sordos a las “voces autorizadas” en lo que atañe a materia lingüística y filológica.
    Por ese motivo, y más aún cuando no se sabe exactamente qué sucederá con la Ley de Lenguas, ni cuál debe ser el papel del Consejo Superior de las Lenguas de Aragón y, lo que es peor, cuando todavía social y políticamente es escaso el apego a la realidad lingüística particular de nuestra comunidad, creo que es de justicia manifestar nuestro máximo reconocimiento a esta investigación.
    Javier Giralt Latorre, Director del Departamento de Lingüística General e Hispánica de la Universidad de Zaragoza
     

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